Les aviso que cuando me pongo a escribir de cosas que me interesan, me cuesta
parar, así que prepárense, que hay para rato:
Las mujeres no vivimos, sobrevivimos.
Es tan salvaje la exigencia que pesa sobre nosotras,
que es un milagro encontrar alguna a quien no han acosado, quien no ha tomado
un ansiolítico o no ha odiado su cuerpo. Una ofensiva mayoría hemos vivido las
tres cosas, como si nuestra existencia fuera una batalla y nuestra piel una
cárcel.
A pesar de todo, y a veces gracias a ello, nos
recomponemos, nos hacemos fuertes, o nos resignamos, o nos volvemos creativas y
peligrosas.
(Laberinto, 1991, Leonora Carrington)
(Tránsito en espiral, 1962, Remedios Varo)
Hoy voy a hablar de dos amigas que se sobrepusieron a
la condición femenina que oprimía como oprime ahora, pero primero voy a hacer
un apunte de esos míos densos y ligeros: Se trata de un síndrome que se
extiende como la peste bubónica por entre la población femenina y lo he llamado
El Síndrome Marta Sánchez.
El Síndrome Marta Sánchez asola a jóvenes y viejas, a
ricas y pobres, a listas y a tontas. Se da cuando la valía de una mujer se
fundamenta de forma exclusiva en un concepto perverso y estático de belleza.
Una belleza estereotipada y ramplona que refiere a juventud, a delgadez, a
curvas y a pasividad.
En cada rincón de internet, conversación o programa de
televisión nos pasan inadvertidas frases y actitudes retorcidas y humillantes
hacia las mujeres donde el único rasero es el físico.
El ingente negocio audiovisual on line, los tutoriales,
el 90% de nuestra cultura, una buena parte de nuestra economía y demasiadas
horas de nuestro tiempo, se articulan en torno al aspecto físico de las
mujeres. Si a esto le sumamos los cuidados y las tareas domésticas, nos queda
muy poquito tiempo y menos ganas de alimentar nuestra curiosidad con ciencia,
cultura e intereses más amplios. Instagram, El Programa de AR o un bar un
sábado por la noche se convierten en espacios de traición al género donde reina
una competitividad impuesta, una alarmante apología de los celos y una
alienación basada en contentar al macho.
Lo peor que le puede pasar a una mujer es no resultar
seductora a una estrechísima mirada masculina. Nos vemos gordas, feas o viejas,
pero no sufrimos lo más mínimo por vernos ignorantes. Se nos hace creer que
necesitamos la aprobación de un ente indefinido (definidísimo en realidad por
la publicidad y los medios de comunicación) para ser felices. Una felicidad que
nunca llega, por cierto. Tenemos que gustar, seducir y agradar al cuñado medio
porque si no, seremos unas desgraciadas.
Menos mal que hay señoras que pasan de todo, ancianas
maravillosas con muy mala hostia, chicas que componen canciones preciosas,
mujeres llenas de defectos que las hacen fascinantes y únicas, niñas gritonas o
metidas pa dentro con cerebros bullendo... Menos mal.
¿Qué por qué lo he llamado “Síndrome Marta Sánchez”?
Pues no sé, porque de alguna forma había que llamarlo.
Hecho este apunte, empiezo ya con mi columna que hoy
es un poco trajana:
Esta historia empieza con una muchacha que se llamaba Remedios, que es un nombre muy de antes (nació -en Gerona- 1908). La llamaron
así porque sus padres habían perdido una hija antes de que ella naciera y la
tuvieron (atención a esto) como “remedio” de tal pérdida.
Remedios Varo era tímida y consiguió que no aniquilaran su
curiosidad, así que pasaba el rato dibujando e imaginando mundos imposibles.
(Un dato que a mí me encanta es que su padre hablaba esperanto, yo creo que
esas cosas determinan bastante una biografía). Cuando tenía 9 años se fue a
vivir a Madrid -con su familia, claro: Sería raro tanta determinación para una
niña de solo 9 años- y fue entonces también cuando nació la que sería su mejor
amiga, Leonora aunque en Lancashire, Inglaterra.
Vamos ahora con su alma gemela Leonora, la británica:
Leonora Carrington, como su futura mejor amiga, tenía unas
inquietudes libertarias e intelectuales muy marcadas desde bien joven. Siempre
creyó en criaturas mitológicas propias de la cultura celta, de las que su
abuela irlandesa le hablaba y esto se reflejó siempre en su obra.
La iban echando de todos los colegios por su
comportamiento rebelde. Como además era una mocita alegre y divertida, se
escapó de casa a los 19 años y fue a Londres a estudiar arte. Con 20 años se
pilló por un señor de 47 de origen alemán que se llamaba Max Ernst, que además
tenía cierta fama dentro del incipiente surrealismo y que además estaba casado.
Todo era un poco cuadro para la familia de Leonora, que como es normal, veían
con recelo esta relación.
Aquí podríamos debatir ustedes y yo sobre qué amores
son más amores, si los alocados e intensos que se viven dándolo todo hasta
consumirse o los amores sosegados que trasmutan a un cariño fraternal y duran
muchos años. Obviamente éste fue de los primeros: Dos personalidades fuertes
que se retroalimentaban de pasión y arte, teniendo todo en contra y sin embargo
allá que se fueron un alemán y una inglesa primero a París (*1) con toda la
vanguardia del momento y después a un pueblito francés en 1938. Si van a Saint
Martin d´Ardèche, podrán ver la casa que todavía conserva en la fachada un
relieve que representa a la pareja con la simbología que inventaron: “Loplop”,
el alter ego de Max Ernst, un ser alado mezcla de pájaro y estrella de mar y su
“Desposada del viento” que era Leonora. Debían ser un parejón. Todo el día
haciendo cosas, todo el día queriéndose.
Dejamos a Leonora en el pueblo y vamos con Remedios,
de la que les he empezado a hablar antes.
Remedios fue una de las primeras mujeres que
estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde
ingresó con 15 años. Con 24 ya se codeaba con toda la intelectualidad del
momento, algo que ella vivía con cotidianeidad pese a que el mismo Dalí,
con toda su misoginia encima le espetó un día “Las nenas hacen pis en las
escaleras” para hacerle ver que las mujeres no tenían cabida en el mundo
artístico.
Se casó con un compañero suyo, Gerardo Lizarraga y se
fueron a París donde pasaron también un tiempecito. Lo suficiente como para
interesarse por la corriente surrealista. Estuvo involucrada en el colectivo “Logicofobistas”,
un movimiento que tenía por objetivo aunar el arte y la metafísica de un modo
que desafiara a la lógica y a la razón (¡Toma ya!). El empeño particular
de Remedios era representar artísticamente los estados mentales internos del alma.
En 1932, volvió a España y se estableció en la
Barcelona republicana, en el barrio de Gracia, donde tenía su casa y su
estudio, en la plaza de Lesseps. Ella, que tenía una natural inclinación por la
vida bohemia y la significación política, andaba todo el día de aquí para allá
con la intelectualidad del momento. Su vida era intensa también en lo laboral y
además de pintar láminas y cuadros de inspiración onírica, trabajaba como
dibujante publicitaria.
De esta época cuenta la Wikipedia: En
1935 compartió el estudio con el también pintor surrealista Esteban
Francés, quien la introdujo al círculo surrealista de André Breton. En julio
Marcel Jean llegó a Barcelona con Óscar Domínguez. Todos ellos
realizaron preciosos cadáveres exquisitos, dibujos colectivos empezados por un
participante del juego, tapados y continuados por el siguiente jugador dando
como resultado collages sorprendentes. El mismo año expuso sus
dibujos en Madrid junto con Josep-Lluis Florit.
En mayo 1936 participó en una histórica exposición
Logicofobista de la librería Catalònia de Barcelona junto a Artur Carbonell,
Leandre Cristòfol, Àngel Ferrant, Esteve Francès, Gamboa-Rothwoss, A.G.
Lamolla, Ramon Marinel·lo, Joan Massanet, Maruja Mallo, Àngel Planells, Jaume
Sans,Nadia Sokolova y Joan Ismael. Durante su colaboración con este
grupo, Remedios Varo pintó L´Agent Double, obra que anticiparía su estilo
personal.
La obra de Varo evoca un mundo surgido de su
imaginación donde se mezcla lo científico, lo místico, lo esotérico y lo
mágico.
Remedios, como su futura amiga, tenía una visión
eminentemente artística de la vida y no estaba para tonterías, pero sí para
vivir con intensidad. Por eso, cuando ese mismo año conoce (en sus actividades
de apoyo a los republicanos) al poeta surrealista francés Benjamín Péret,
claro, se enamora a lo loco. Está casi un año que si tú, que si yo, que si el
otro… y finalmente deja a su marido y se va con Benjamín de nuevo a París.
Nunca más volvería a pisar España.
Allí seguía su actividad: artística, política, laboral
y de todo… Y ahí al fin, se conocieron Remedios y Leonora y se hicieron amigas.
Estudios, periodistas y crónicas del momento y
posteriores, dan cuenta de las actividades que acometían una y otra. De
Remedios decían: Le encantaba unirse a los bohemios surrealistas para
fotografiarse vestida de torero, vender pasteles en la calle o mandar cartas a
desconocidos cuyos nombres elegía al azar en el listín telefónico, uno de sus
“actos surrealistas” favoritos.
Remedios era más misteriosa, Leonora más
expansiva. Ambas conectaban con (y eran en sí mismas) las vanguardias. Pintaban, paseaban,
escribían y reían en un continuo que no separaba vida y obra, ocio y trabajo.
Aunque ambas coincidieron poco, obviamente conectaron
enseguida… Eran jóvenes y hasta cierto punto inocentes. Pero sus vidas
cambiarían trágicamente por experiencias muy bestias y por la invasión nazi que
las separaría por primera vez (La segunda sería ya por culpa de la muerte).
Remedios, por su parte, entre 1939 y 1940, fue
encarcelada por el delito de encubrimiento, ya que ocultó en su casa de París a
un soldado francés fugitivo. La prisión es un espacio físico, pero también
mental que cambiaría la forma de leer el mundo de la artista ya para siempre.
Finalmente y tras esta experiencia traumática de la que no habló jamás,
Remedios tuvo que huir a Mexico.

Max Ernst, pareja de Leonora, fue declarado enemigo
del régimen de Vichy, fue detenido y encarcelado en el campo de Les Milles. La
pobre Leonora salió huyendo del nazismo y llegó a España, asolada por la
guerra civil. Sus padres a través de la embajada británica dieron con ella y la
encerraron en un sanatorio mental de Santander. ¿Se imaginan lo que tuvo que
ser para ella? Duchas heladas, compartir vida con enfermos sin diagnosticar,
desahuciados, retrasados abandonados y locos. Aquella experiencia le
marcaría de por vida. En la clínica leyó a Unamuno, y se dedicó a hacer horóscopos
diarios para el personal sanitario, que acabo prendado de su inteligencia. Como
tenía experiencia de escaparse de los colegios, eso mismo hizo aquí. Se apoyó
en toda su cordura, dijo adiós a los médicos y como lo más normal cogió
un taxi y huyó a Lisboa: Pidió ayuda a Renato Leduc, un periodista que
trabajaba en la Embajada de México de Portugal. Se casó con él ¿Por qué no? Y
juntos fueron a Estados Unidos en 1942. Allí coincidió de nuevo con Max Ernst, pero
él estaba ahora casado con Peggy Gunggenheim. Lo típico: Un ex que ha sido muy
importante en la vida, de quien sabemos todo y con quien hemos vivido con
intensidad y se transforma en un simple conocido. ¡Ay, la vida!
(
Leonora Carrington, La giganta, 1950)
(Remedios Varo, Cazadora de astros, 1956)
Coincide con la crema cultural del momento: Breton,
Chagall, Masson, Leger, Duchamp, Mondrian, Ozenfant, o Buñuel. Leonora estaba
feliz, pero su marido Renato, mexicano de nacimiento le pidió volver a su país.
Y ella, que era de talante abiertísimo, allá que fue.
Allí en Mexico las dos amigas se hacen ya
inseparables. A Leonora, (que al poco se separó de su marido) le volvía loca la alquimia y contagió a Remedios de
estos intereses. Ambas se recomendaban obras de literatura fantástica y
utilizaban el ocultismo como pasatiempo. Les apasionaba la gastronomía y juntas
inventaban recetas que probablemente tenían más que ver con el arte que con la
práctica culinaria. Al unirse dos cerebros tan creativos, cualquier cosa podía
salir de ahí.
He encontrado un texto interesantísimo (aquí tienen el pdf) de María
José González Madrid que recomiendo con fervor y que explica fenomenal la
naturaleza de esta amistad:
En uno de sus escritos políticos, la poeta y ensayista
feminista Adrienne Rich plantea la necesidad de hallar puntos de encuentro,
lugares en los que puedan convivir la energía de la creación y la energía de
las relaciones. Creo que Remedios Varo y Leonora Carrington encontraron y
habitaron magistralmente esos lugares, y en muchos estudios sobre ambas
artistas se destaca la importancia de su relación amistosa y creativa. En
palabras de Whitney Chadwick, las dos compartieron un «largo e intenso viaje» de
exploración tanto en su vida como en su pintura, y ello hizo posible que: …por
primera vez en la historia del movimiento colectivo llamado surrealismo, dos
mujeres pudieran colaborar en el intento de desarrollar un nuevo lenguaje
pictórico que respondía más directamente a sus propias necesidades. Janet
Kaplan dedica muchas palabras a esta profunda relación señalando que se basó
«en los extraños poderes de inspiración que una y otra sentían con tanta
fuerza, en la creencia de ambas en lo sobrenatural y en los poderes de la
magia». Kaplan destaca que la relación entre ellas se sustentaba además en «una
poderosísima capacidad de imaginación que ni una ni otra encontraba en otras
personas», y que ambas tenían la impresión de que «compartían una sensibilidad
única», algo que las hacía semejantes entre ellas y diferentes a los demás:
Varo se consideraba una excéntrica que los demás no podían entender y veía en
Carrington un alma gemela (…). Carrington compartía esa sensación de haber
encontrado por fin una confidente en un mundo que, por otra parte, le era
hostil.
En México la relación
entre ambas fue intensa, profunda y fértil. Ambas compartieron el interés por
la magia, la alquimia, el ocultismo, el esoterismo y el misticismo. Sabemos que
compartieron la lectura de Witchcraft today de Gardner, los libros de Aldous
Huxley, el Popol Vuh y escritos budistas, entre muchos otros, y también
prácticas brujeriles wiccanas. Participaron en los grupos de Gurdjieff
establecidos en México y se divertían elaborando pociones mágicas y filtros
contra el mal de ojo.
Leonora tiene una novela que se llama “La corneta
acústica” que trata de su amistad y sus locuritas consumiendo drogas y haciendo
prácticas chamánicas juntas. No la he leído, pero todo apunta a que refiere a
eso tan femenino que es la hechicería: la práctica de la ciencia y la experimentación
que al estar vetada a las mujeres, se llamaba brujería, se basaba en la
experiencia, en la comunión colectiva con la naturaleza y en la comunión colectiva.
El citado estudio de González Madrid termina con una
conclusión fabulosa:
En sus obras, Varo y Carrington cuestionaron y
revisaron los estereotipos de género construidos en la tradición alquímica –y
en otras tradiciones herméticas– y sus simbologías, y reclamaron el papel
central de las mujeres: alteraron los modelos herméticos medievales y
renacentistas y produjeron narrativas esotéricas alternativas, en las que
expresaban sus experiencias, aspiraciones y deseos partiendo de la conciencia
de la diferencia sexual. No solamente representaron figuras femeninas, sino que
añadieron a la pintura y la alquimia –consideradas como materia y vía de
conocimiento y las prácticas domésticas y culinarias consideradas
tradicionalmente femeninas. Varo y Carrington emprendieron en relación un
proceso de descubrimiento personal y creativo. Su relación fue de profunda amistad
y –utilizando un término creado desde el feminismo de la diferencia– de
«autoridad femenina». Es decir, cada una reconoció autoridad en la otra y se
reconocieron entre ellas como interlocutoras magistrales. En palabras de Linda
Nochlin, su relación permitió a cada una «encontrarse a sí misma» pero hacerlo
«juntas». Ambas artistas se dedicaron con mucho interés a la búsqueda
espiritual, a la lectura y al estudio de textos y de tradiciones místicas.
Podemos pensar que consideraron la pintura también como una práctica mágica –y
marcadamente alquímica por su cualidad matérica– que les permitía conjurar la
realidad. Su objetivo, como el de los y las alquimistas a lo largo de la
historia, fue el conocimiento y la sabiduría. La pintura fue su Obra.

A mí me parece que la base de toda relación magistral es precisamente esa: reconocerse desde la admiración, tanto en la amistad como en la pareja o en el formato de relación que se les ocurra. Tanto más al tratarse de dos genias como estas, claro. Aunque sus estilos pictóricos se parecen y mimetizan,
es fácil vislumbrar el carácter de una y otra a través de sus cuadros.
Gracias a otra mujer aguerrida e inspiradora,
Carmencita Whitetower, conocí los trabajos de Remedios Varo para Bayer (sí, la
farmacéutica) y son una absoluta delicia. Le encargaron retratar enfermedades y
males para los que la empresa sigue ofertando soluciones químicas. Nunca nadie
ha representado tan bien, de forma tan certera y estética la angustia o el
insomnio… Pero miren, miren qué gozo y que deleite para las pupilas, (y qué mezcla más bonita de sus
intereses por la teoría psicoanalítica y la alquimia) por favor:
Amibiasis, 1947
Tiforal, 1947
Angustia o pesadilla, 1947
Paludismo, 1947
Insomnio, 1947
Insomnio II, 1947
Vigor, 1947
Dolor reumático I, 1948
Dolor reumático II, 1948
Dolor, 1948
Cambio de tiempo, 1948
Vejez, 1948
Remedios en 1947 se había separado de Peret, (no el de
la rumba, sino su marido Benjamin) que volvió a París, aunque siempre
mantuvieron una buena relación (Incluso le ayudó económicamente y le acompañó
en su lecho de muerte en 1959.
El caso es que en 1952 se casó con su tercer y último
marido, Walter Gruen, un político refugiado austriaco que la adoraba y era
fanísimo de sus dibujos hasta el punto de que la convenció para que se dedicase
en exclusiva a la pintura.
(Leonora también se estabilizó en lo amatorio y se
enamoró locamente de un fotógrafo húngaro, Emérico Weisz, "Chiki",
mano derecha de Robert Capa, con el que tuvo dos hijos).
Ella contaría así su etapa mexicana: "En México me casé con Chiqui Weitz, amigo de Breton, que llegó al país con otros refugiados de la guerra en un barco portugués que había zarpado de Casablanca. Conocí entonces a Octavio Paz, a Diego Rivera, a Frida Kahlo y a José Clemente Orozco. La verdad es que no me interesaron ni Orozco ni Rivera, que eran muralistas políticos. Sí, en cambio, Frida, que empezaba a ser ya una mujer cargada de sufrimientos. Yo había estado en su segunda boda con Diego y mi última secuencia de ella fue verla ya enferma en la cama".
(Foto del día de la boda de Leonora y Chiki)
Remedios Varo lo estaba petando con sus pinturas,
aunque no consiguió nunca vivir en exclusiva de ello. Pero su vertiente
escultórica, poco conocida, es acaso tan interesante como sus
cuadros: Elaboraba piezas a partir de huesos, espinas de pescado y
toda suerte de restos orgánicos, alambres, cuerdas... Muchas de ellas podrían
pasar por efectos especiales de inquietantes películas, con apariencia de
fósil, de esqueleto animal o tótem tribal.
Llegada a su etapa de plenitud
creativa, con 55 años sufrió un fulminante paro cardíaco y dejó a Leonora sola
en el mundo. Sola de verdad porque ni amigos ni hijos ni familia, pudieron
llenar el hueco de su alma gemela.
Leonora al final de sus días dijo: No sé si sigo
siendo una surrealista. El surrealismo era un movimiento en donde se usaba la
imaginación para responder a la naturaleza de forma diferente a como se concibe
desde el ser humano. Hoy, ya vieja, tal vez soy sólo lo que pasa inmediatamente
en mí. Creo que la vida dura poco tiempo, pasa rápido. Es insuficiente, al
menos para mí, este tiempo de vida que tenemos, porque deja un gran vacío y no
permite que se satisfaga la curiosidad y el conocimiento por muchas cosas que,
pese a la edad, comienzan también a fascinarnos a los viejos".
Vivió en Chicago, fue condecorada con premios y
reconocimientos, se dedicó a esculpir bronce y vivió con pasión arrebatada
hasta el 25 de Mayo de 2011. Era una ancianita de 94 años, rebelde y genial.
La amistad que se consolidó entre ambas fue crucial en
sus carreras, pues se influenciaron mutuamente. Juntas se entregaron a la libre
experimentación artística, que centraron en dos temas: la metafísica y los
sueños. Tanto Varo como Carrington conquistaron un estilo íntimo y
personalista, inscrito en la corriente surrealista pero con un sello personal.
Las pintoras plasmaron mundos donde sus inquietudes, temores, sueños y anhelos
lograron encontrar un medio de escape y expresión.
La influencia que ejercieron la una en la otra se ve
reflejada en elementos comunes que aparecen en sus pinturas. Por ejemplo, las
dos utilizaron como protagonistas a animales o a mujeres con rasgos animales.
En el caso de Leonora, se representaba a sí misma como un caballo blanco:
símbolo inequívoco de libertad. Ambas dotaron su arte de un profundo elemento
psicológico a fin de plasmar una catarsis personal, la válvula de escape para
liberar distintas experiencias y angustias vividas en Europa antes de su
llegada a México; algo que, sin duda, resultó fundamental en la construcción de
su psique artística.
Remedios y Leonora tuvieron mucha suerte de
encontrarse en la vida, de disfrutar de su mutua compañía e ingenio, de
compartir los auténticos secretos de belleza que nos deberían importar a las
mujeres.
(*1) Allí se pasaban el día con Louis Aragon,
Paul Éluard, Marcel Duchamp y Andre Breton. Por aquel se la calificó
como “la musa” de ese elenco de artistas, término que Leonora con mucho
criterio detestaba y consideraba humillante. «Prefiero que me traten como lo
que soy: una artista», aseguró en una entrevista en El País en 1993.
(Ya saben ese empeño que hay en que las mujeres en el arte están relegadas al
papel de musas y gruppies y rara vez se las percibe como artistas)
Lo dice Diana Aller