Me da mucha lastimita ver como muere la televisión.
Llevo casi cuatro décadas siéndole más fiel que a todos mis amantes, y tan satisfecha como con cualquiera de ellos: Con momentos álgidos, bajones, y placenteras mesetas de estabilidad.
Mi hijo Lucas Kurt consume televisión como un toxicómano menesteroso, y la exprime como si fuera el motor de su potentísima imaginación. Escribe, dibuja y proyecta series y películas que ojalá pueda llevar a cabo algún día. Tiene una televisión en su dormitorio, y estoy convencida de que el uso que hace de ella es cualquier cosa salvo nocivo. De hecho envidio la alegría que proyecta al retransmitir palabra por palabra conversaciones de Calamardo y Bob Esponja que le han hecho gracia; o los ataques de risa ante el absurdo. Y cómo se conmueve y me abraza ante una inminente desgracia en una película -donde, por ahora, todo acaba bien-.
Precisamente esa capacidad infantil de
fascinación, es lo que me ha dado la televisión: Tanto el esperpento como la ficción e incluso los informativos. Siempre una vuelta de tuerca más allá, siempre un acompañamiento
inesperado, un fondo
espontáneo... lo dicho, una amante fiel y divertida. Supongo que en ella he estado buscando eso que encuentra mi hijo cada día, y que es la definición misma de la infancia: Todo es nuevo,
todo sucede por primera vez.
Suelo trabajar para la televisión. Cada vez con salarios más penosos, trabajos más tediosos y menos remunerados. Cada vez menos días, pero más horas. Cada vez con menor responsabilidad y productos más vergonzantes. Con la progresión que llevo, mi siguiente trabajo debería ser de mujer de la limpieza de TVE, 13 horas diarias, a razón de 400 euros mensuales.
No me gustan los sueldos millonarios de antaño, ni creo que el presupuesto sea decisivo a la hora de hacer un buen producto. En términos de rentabilidad, por muy poco, se pueden hacer grandes cosas. Pero, ay, amigos (lo de amigos es un decir, esto ha crecido tanto que la mayoría para mi desgracia, son desconocidos), en televisión faltan muchas cosas. Muchas: Riesgo, por ejemplo.

Los que mandan (los que manejan la panoja) en televisión son señores con barriga y corbata. De esos
llenos de ego y de miedo que acreditan con "X años de experiencia" cualquier cosa, como si eso fuera baluarte de éxito. Además, los que han sido jóvenes con ansia de experimentar, van engordando, se van quedando calvos y padecen fobia al fracaso, imputable siempre a los demás, nunca propio. Quienes medran, como en la política, o en el periodismo, son absorbidos por el voraz sistema, que los va convirtiendo en señores vagos, retrógrados y atados por mil intereses para conseguir su propia libertad.
No asumen riesgos, prefieren "lo malo conocido", lo que ha funcionado hasta ahora; rodearse de amigos e ineptos para que nadie les pueda hacer sombra; apuntarse tantos en las reuniones con los jefazos (bueno, y mirar a todas las mujeres menos a la suya, echar pestes de la juventud de hoy... pero eso es otro cantar).
El proceso para que un programa de televisión llegue a emitirse es muy largo y complicado. Depende de un entramado empresarial de productoras, licencias, directivos, y como no, capital de otros del que quieren sacar tajada todos. Y en estos días, sucede en la industria audiovisual, lo mismo que en todas las demás:
hay miedo.
Finalmente, el resultado es el mismo producto polvoriento y ajado que hemos visto mil veces: concursos alienantes con presentadores gritones, programas "familiares", que enseñan a no pensar, entrevistas sin relieve, crímenes que se llaman "actualidad", actuaciones de artistas que no venden ni un disco, hipócrita corrección política... Nada nuevo (salvo QQCCMH y sus derivados, y otras distinguidas excepciones, claro).
Con la TDT algunos trabajadores creímos -ilusos nosotros- que se ampliaría la oferta temática y laboral. Sorprendentemente, cuantos más canales hay, menos cosas se producen y de menor calidad.
Arancha Mur, Miss Móstoles, Jose del Pozo, Nerea Cobos, Noemí Redondo, Carlos Otero, María Amores, Sara López, Teresa Colomina, Álvaro Cuadrado, Maite Navas, Santiago Sánchez, María Rubio, Celia Martín, Patricia González, Juan Galiano, Natxo Negreiro, Adrián Arias, Susana Navalón, Daniel González, José Romo, Sylvia Cabanas, Cristina Beltrán, Henar Robles, Victor Rins, Silvia Martinez, Silvia Merino, David Molina, Aurora Graciá, Eloy Mercado, Catalina An, Marta G. López, Flavia Ovejas, Carmela Palomares, Blanca Vives, Noelia Rubial, Mariano Remón, Mai Serrano, Ángeles Meneses, Yaiza Arbelo, Josep Tomás, Marta Machuca, Lourdes Trenado, o yo, estamos acostumbradas a vivir en la inestabilidad laboral, y cada vez pasamos más tiempo en paro. Además, -y esto es realmente lo gordo- los proyectos que nos encargan son cada vez más lavados, vacíos, dirigidos y baratos. Esto me duele como espectadora. Ya no me río. Ya nada me sucede por primera vez delante de la pantalla.

En internet (palabra que el corrector me marca como falta ortográfica -así estamos-) se abre camino el talento, la diversión, la rabia o pasiones de todo tipo, mientras que ver la tele, siquiera tenerla encendida, se ha convertido en un acto de banal romanticismo: como escuchar la radio o ir al cine... Un hecho que no garantiza plenitud (y que parece destinado a hordas indoctas que crecen bajo el hambre y el yugo del PP).

Si en lugar de esos señores con barriga, programaran los antes citados, arriesgarían, lucharían y sacarían adelante proyectos chulísimos, probando, mojándose y currando. Y la inversión publicitaria se revalorizaría, y el público objetivo serían los consumidores, gente que piensa, que decide, que disfruta.
Tengo la sensación de que mi relación con la televisión se va hastiando, como la de un matrimonio que se deja marchitar, que siguen juntos pese a que hace años que no se miran con deseo. Como decían Astrud "Todo lo que me pasa, me pasa por segunda vez".
Querida televisión, cariño, tenemos que hablar.
Lo dice Diana Aller