Aprovecho la ocasión para ilustrar con este temón incomprendido el asunto que nos ocupa.
Como me consta que ustedes manejan un impresionante acervo cultural, obviaré que el emperador romano Adriano (76/138) gobernó desde 117 a 138, con una formación e intereses que ya quisieran nuestros parcos políticos para sí. Teniendo en cuenta la época (de poco tecnicismo, gran barbarie y ya superado el culmen del pensamiento occidental) Adriano era ecuánime, luchador y también lo suficientemente sensible como para leer y practicar el estoicismo, la corriente de moda en aquel momento y entusiasmarse con la enrevesada literatura griega. Tengamos en cuenta que Adriano era medio hispánico (su madre era de Gades, -Cadiz-), y a su contrastada inteligencia había que añadirle cierta simpatía y asertividad. La belleza fue sin embargo un don negado por el destino al emperador. No se dejen llevar por las representaciones gráficas de la época y posteriores: la idealización de las celebrities se daba ya en la antigua Roma (y seguro que también en la prehistoria).
Adriano era helenófilo: impuso la barba como moda a seguir, condenó la tortura (eran tiempos de esclavitud) y el historiador Edward Gibbon, describe su mandato como “La época más feliz de la historia de la humanidad”.



Se sabe también que finalizó el 30 de octubre de 130. Andaba la pareja y su séquito de travesía por el Nilo, y Antinoo terminó sus días engullido por las aguas de aquél río. Para algunos fue un trágico accidente; para otros un supino acto de amor. Se decía que por recomendación de su astrólogo, Antinoo se arrojó a las aguas ante las incrédulas retinas de Adriano para que su suicidio alargara la vida y la calidad de la misma del emperador. Otra teoría apunta a un complot de Vibia Sabina, buscando una reconquista que jamás llegaría..., pobreta.
Hace tanto tiempo que cuesta enterarse de estos chismorreos y saber qué ocurrió exactamente. Pero lo interesante del asunto fue la reacción de Adriano: Dedicó cada uno de sus restantes días a erigir mausoleos, frescos, monedas y sobre todo esculturas al bello Antinoo (que murió con 18 añitos nada más).
Precisamente los parámetros escultóricos se adaptaron a una nueva talla: los maniquíes de Antinoo que se conservan poseen una exquisita proporción, unas curvaturas entre la aritmética y la poesía, y una belleza casi dañina. No contento, Adriano decidió rendir los máximos honores a su difunto amante: Creó Antinópolis, una mezcla imposible entre Marina D´or y Roma para deleite de su enfermizo recuerdo… Y deificó a su Antinoo, un honor sin precedentes entre las dinastías que habían regido el Imperio hasta entonces: Antinoo fue adorado por un pueblo con un emperador… ¿obsesionado o enamorado? ¿Creen ustedes que aquello fue amor o –y ruego disculpen lo grueso de la expresión- encoñamiento?
Tras estas disertaciones, aprovecho este encuentro para narrarles que ando de estreno: Por un lado el reality de Alaska y Mario Vaquerizo para MTV (el 11 de Mayo, no se lo pierdan), y por otro la reactivación de la revista Madriz, que pasa a ser mensual y que mañana se presenta por todo lo alto; y sí, la de la portada soy yo (y ya les contaré algún día en qué pensaba al posar). Ya en sus kioskos:
