Tuve una infancia muy feliz, con mis padres y hermanos, con la familia y amistades más cercanas. Crecí en un ambiente muy bueno. La familia era lo más importante y también las amistades. Mis padres trabajaban muy duro, recibí una educación estricta pero respetuosa, que agradezco enormemente. Jugaba tanto con muñecas como con juegos más varoniles. Disfrutaba especialmente de deportes al aire libre. Desde muy pequeña pensaba en ser madre, me imaginaba con muchos hijos y dedicándome a ellos las 24 horas del día. Siempre creí que sería madre desde muy joven pero al final mi primer hijo, Santo, nació poco antes de cumplir los 31. En cuanto a mis creencias, no sabría explicar mi situación actual. Fui criada en la fe cristiana: estoy bautizada, he recibido la comunión, confirmación y me casé por el rito católico; pero no acudo a misas con frecuencia y en algunos momentos la fe me abandona.
Conocí a mi marido el primer día de instituto. Yo llevaba unos tres meses en Tenerife, hablaba un poquito de español. Al entrar en la clase, él giró la cabeza para mirarme y para mí fue un flechazo. No fuimos novios hasta unos dos o tres años después pero fuimos muy buenos amigos desde el primer día.
Llevábamos unos dos o tres años casados. Los dos estábamos trabajando y todo iba bien. La hermana de un amigo tuvo un bebé en diciembre. En enero empecé a tomar el ácido fólico y a cuidarme un poco más. En mayo, nos dimos cuenta de que no había nada para justificar más esperas, los dos deseábamos desde hace tiempo ser padres. ¡Me quedé a la primera! No hay sensación más hermosa que saber que dentro de ti crece la flor del amor, que dentro de unos 9 meses conocerás a esa personita que se ha creado desde parte de tu pareja y de ti misma. Es mágico. Te sientes especial y afortunada.
Lo catalogaron como embarazo de alto riesgo con lo que acudía al Hospital Universitario de Canarias (HUC) mínimo una vez al mes; había ocasiones en que iba hasta tres y cuatro veces si coincidía con analíticas o ecografías importantes. Estaba siendo supuestamente `controlada´ por el servicio de Ginecología y Obstetricia, Endocrinología (por diabetes gestacional), Nefrología (por mi hipertensión) e incluso en un momento dado por Medicina Interna (por una analítica cuyos resultados luego parecen haber sido falsos positivos). Yo acataba TODO lo que me decían, fui disciplinada con la dieta que me indicaron, al principio llegué a perder hasta unos kilos y luego no subía apenas de peso cada mes. La ginecóloga me decía que cuando mi hijo naciera, se enorgullecería de su madre por los esfuerzos que estaba haciendo. Yo no tenía razón para pensar que no estaban velando por mi salud y la de mi bebé, no creía que hiciera falta informarme de las ventajas y desventajas de la dieta, no sabía que yo tenía derecho a saber si había alternativas y mucho menos imaginaba que yo era la que debía tomar la decisión. En ningún momento me hablaban como si yo pudiera decidir y nunca escuché mencionar alternativas.
Desgraciadamente, esto es lo habitual: Es el sistema el que elige por nosotras... La verdad es que no tenía ni idea de lo que era un parto. Había escuchado muchas historias terroríficas que lo único que hacen es contribuir al miedo y a no querer saber mucho más; no tenía amigas cercanas que hubiesen sido madres excepto una que me recomendó un libro: "Que se puede esperar cuando se está esperando". Yo también lo leí en mi primer embarazo, pero reiteraba una y otra vez que la coca-cola era poco menos que veneno para el bebé, y no pude terminarlo... Yo lo compré y me lo leí con mucho interés. Explicaba bastante bien el desarrollo del bebé a través de los meses pero (ahora lo sé) la parte del parto no se ajustaba a la realidad de los hospitales españoles con lo que acudí a mi parto bastante mal informada. En las clases de preparación al parto tampoco se trataba con claridad el desarrollo del parto ni se explicaba la fisiología del proceso sino que recibí las `instrucciones´ de `portarme bien´, de `hacer todo lo que me digan´ y se nos dijo poco menos que cuanto más calladitas, sumisas, etc., mejor nos iría.
-Qué razones te dieron para inducir el parto? En realidad no me dieron razones y yo tampoco pensé que podía preguntar. Nunca me cuestioné sus órdenes y nunca dudé de la necesidad de lo que me mandaban a hacer.
Un lunes 21 de febrero me dicen que va todo bien y me iban a dar cita para el próximo registro dentro de una semana. Yo cometo el error de comentar que salgo de cuentas el miércoles, así que si me pongo de parto acudiré al otro hospital que es donde va la mayoría de las mujeres a parir (le llaman La Residencia, es el Hospital Universitario de Nuestra Señora de la Candelaria). Entonces la ginecóloga me dice que pase por paritorio, allí me dan un papel y me dicen que me lo lleve a casa y lo traiga firmado el miércoles que ése día nace el bebé. Me voy a casa, leo el documento, entiendo lo que dice pero no soy consciente de las consecuencias de una inducción. Me levanto el miércoles 23 de febrero muy nerviosa, tengo las cositas de Santo preparadas, me despido de la habitación de Santo, me saco una foto de recuerdo para enseñarle el momento en que me marchaba para recibirlo a él y me voy al hospital muy temprano. Hacía bastante frío porque aquí en febrero suele llover bastante e incluso es un mes en que cae nieve en el Teide. No recuerdo mucho más.
En el hospital me hacen todo tipo de pruebas, personas que nunca he visto antes y que ni sé qué cargo ocupan. Paso muchas horas sin recibir información, sin tener a mi marido conmigo pues los acompañantes esperaban fuera. Me empiezan la inducción y me paso muchísimo tiempo a solas, con las contracciones y molestias y no se parece nada a un parto emocionante. Así me paso todo el día del miércoles con visitas muy cortas de mi marido que no se aleja de la sala de espera.
No recibí muestras cariñosas ese primer día. En el segundo día, dentro de paritorio una de las matronas sí me hacía compañía mientras estaba ya tumbada con la epidural puesta, la monitorización electrónica fetal y me daba conversación.
-¿Se te informaba de lo que iba ocurriendo? Muy poco. Actuaban como si eso fuese normal, que un parto durase tanto y no me daban a entender que hubiese otra cosa.
Durante todo el parto yo me daba ánimos a mí misma diciéndome que todo valdría la pena una vez lo tuviese en brazos, que esto había que sufrirlo para luego disfrutar de mi bebé. Ahora sé que para ser madre no es necesario sufrir, es más, es contraproducente que una mamá sufra física y psicológicamente para tener a su bebé, no es bueno.
Cuando la ginecóloga saca a mi hijo con los fórceps, lo deja sobre mi pubis y yo extiendo una mano para acariciarle. En ese momento la matrona de turno me da una cachetada en la mano y dice “no lo toques”. No le perdonaré en la vida que me niegue tocar a mi hijo. No hubo ningún gesto que ayudase exceptuando a la anestesista que se colocó por detrás a la altura de mi cabeza dándome ánimos mientras nacía mi niño.
Mi ilusión se evaporó cuando nació moribundo mi hijo, no tenía ni fuerzas para llorar, ni siquiera un gemido. Nació encogido, cubierto de un meconio verdoso marrón y sin apenas pulso.
Mi marido acataba las `normas´, nunca se quejó de tener que estar afuera, siempre aceptó que los profesionales estaban haciendo su trabajo y que no había lugar para los errores, despistes, etc. Él estaba agotado de tanta espera pero ante mí ponía buena cara. Cuando suben a nuestro hijo de paritorio a la UCIN, él le sigue e intenta obtener información pero sin éxito. Vuelve a hacerme compañía y me oculta sus miedos, sus convicciones de que algo no va bien.
Después de que pasase todo y después de informarme del proceso del parto sé que hubo muchos momentos malos para mi bebé pero quizás el más decisivo sería cuando tuve fiebre el día 24 de febrero y además su ritmo cardíaco se alteró. Para nosotros eso era una señal de que las cosas no iban bien y en ese momento hubiera correspondido actuar de otra manera. En cambio me dejaron y el viernes 25 tuve fiebre de nuevo en la madrugada y el ritmo cardíaco de mi hijo no se mantenía estable.
Estoy en la habitación de planta, ya nos han dicho que nuestro hijo tiene problemas para respirar solo y están usando un medicamento muy fuerte. Me llaman por teléfono para que acuda a la UCIN. Cuando llegamos, el médico le dice algo a mi marido pero yo estoy en una silla de ruedas y no le oigo. Solo me doy cuenta cuando entramos y pregunto a una enfermera una cosa. Ella no se ve capaz de decírmelo y llama al mismo médico que me dice claramente “¿no sabes lo que significa muerto?”
Creía volverme loca, empecé a gritar, a llorar, me dolía el corazón, me doblaba en la silla de ruedas, incapaz de ponerme en pie. Pido cogerle en brazos y una enfermera coloca un biombo alrededor de nosotros en un acto de ofrecernos algo de intimidad. Ojalá alguien en ese momento nos hubiera ofrecido una habitación para estar a solas, para besar y acurrucar a nuestro hijo sin prisas, para enseñar a la familia que estaba fuera lo bello que era, incluso sacarle fotos para tener de recuerdo, sus huellas … eso aliviaría el dolor que aún sentimos al ver que no podemos ni enseñar a su hermano menor cómo era él, a quien se parecía, etc.
El servicio de neonatología habrá hecho lo posible para mantenerlo con vida pero mi hijo falleció oficialmente unas horas después de nacer.
Aún estamos pendientes de la resolución del Servicio Canario de Salud por la demanda de responsabilidad patrimonial interpuesta, pero según la documentación disponible y según nuestros testimonios todo indica una mala praxis durante el parto. Nuestro hijo nació con sufrimiento fetal por falta de oxígeno durante el parto (anoxia intra-parto) y una bacteria había afectado a todos sus órganos. Por eso no pudo luchar para quedarse y falleció.Lo que más me dolió y sigue doliendo es el hecho de que no nos dejasen estar con nuestro hijo desde el momento en que sube a planta y se encuentra tan mal. Nos informan de que no hay esperanzas y él aún estaba vivo en la UCIN, en ese momento tenían que habernos permitido estar juntos, que nuestro hijo pudiera recibir nuestro amor y que nosotros pudiéramos amarle.
-¿Te recomendaron terapia o algún tipo de ayuda especializada?; ¿Alguien del personal te abrazó? ¿Dirías que estuviste en shock? No recibimos terapia ni recomendaciones. Nadie se nos acercó. Estuve en planta el resto del viernes hasta la mañana del día siguiente, sábado 26. Es difícil de explicar, pero en mi cabeza se mezclaban mil pensamientos todos relacionados con mi bebé y con mi parto pero era incapaz de expresarlos. Permanecí prácticamente muda, en shock, todo el viernes.
Era consciente de que estaba mi padre y mi familia política, pero me sentía sola. Y, quizás, si me hubiesen preguntado, hubiera dicho que quería estar sola aunque en realidad me hubiera venido bien un abrazo, un hombro en el que llorar y tener a alguien con quien descargar mi dolor y rabia.
-Caíste en una depresión... no sé si se puede calificar de depresión o si es lo que denomina síndrome de estrés postraumático, pero estaba deprimida al 100%. No salía de casa, no quería que nadie me viera, no levantaba la cabeza, escondía mi rostro con mi pelo, no me quitaba las gafas de sol ni en el interior, no tenía interés en nada.
Yo me encontraba con el cuerpo de una mujer que había parido con todas las molestias del posparto y sin bebé. Mi cuerpo estaba experimentando el puerperio, incluso mis pechos podían alimentar pero mi bebé no vivía.
Cuando me marché del hospital me dieron unas prescripciones pero opté por no tomar nada. La psicóloga del servicio canario de salud también me recetó y le dije que no quería medicarme. HOY MI HIJO CUMPLIRÍA 6 AÑOS. Yo aún tengo las secuelas físicas del parto: la episiotomía se realizó mal, no hubo suficiente sutura lo que causó un desgarro importante. Podría haberme operado pero he optado por esperar debido a las desventajas y pocas garantías.
-¿Cómo se produce tu proceso de sanación? No sabría decir cuándo ocurrió y a veces hasta dudo que se haya producido. Empiezo a buscar respuestas, empiezo a aprender y entender en qué consiste un parto y descubro todo lo que se hizo mal. Allí es donde empiezo a perdonarme la muerte de mi hijo, me doy cuenta de que no dependía de mí y recupero algo de fuerza mental.
Me dedico a leer información científica y médica sobre partos. Leo los relatos de otras mujeres que han logrado parir sin traumas, sin que sus bebés sufran, sin someterse a inducciones ni cesáreas. En cuanto subí a planta después del parto desapareció el respeto y consideración que yo hubiera tenido hacia la profesión médica. Me cuesta mucho mirar un profesional médico y creerme que actúan en beneficio del usuario. Compruebo cada vez más que no se respetan los derechos del paciente tal como vienen recogidos en varias leyes o directrices. En cuanto a mí, me siento fuerte y capaz de mucho. He descubierto que mi cuerpo funciona perfectamente para parir sin ayuda externa. He sentido todas las emociones descritas en los diccionarios: dolor, desesperación, odio, impotencia, pena, consuelo, rabia, histeria, desilusión, esperanza, …
-¿Afectó a tu relación de pareja' ¿Te cambió el carácter? Sí, afecta a la relación. Es imposible que no sea así cuando además los dos estamos sufriendo lo mismo: la pérdida de nuestro hijo. Nos ayudó a seguir comunicándonos lo que sentíamos, a ser sinceros el uno con el otro. Aprendimos a vivir juntos en esta nueva situación, a tener paciencia el uno con el otro, a ser comprensivos ante nuestros actos. Mi carácter cambió muchísimo, a peor en un principio y ahora creo que soy mejor persona.
Alguien me habla de un comadrón que será sincero y me dará respuestas. Acudo a él y le enseño los documentos que tengo del hospital y le cuento lo mejor que puedo cómo viví el parto. Es la primera vez que un profesional sanitario me habla claro y sincero. Yo saco de esa conversación que ese parto pudo haber sido distinto y mi hijo podría estar vivo.
No llegué a vencer mis miedos, simplemente aprendí a aceptar que existirían, que era completamente normal en mis circunstancias tener miedo, aprensión ante lo que iría sucediendo. Me apoyé en mi marido, en mis amistades y, sobretodo, en las personas que formaban la Asociación El Parto Es Nuestro. Mi mayor apoyo era toda la información que tenía y mi experiencia personal.
A los nueve meses de fallecer nuestro hijo, coincidiendo con el día de Todos los Santos, decidimos que había que mirar hacia delante y lanzarse. Así que mi segundo embarazo fue buscado y más consciente que la primera vez puesto que ya sabía qué esperar del embarazo y sabía qué no quería para mi parto. No disfrutamos del embarazo por más que lo intentábamos. Si hubiera pasado más tiempo quizás hubiera sido mejor pero también estábamos deseando ser papás `de verdad´.
Mis miedos eran que pasase algo de nuevo en el parto, algo que no debiera pasar, que me hiciesen algo que perjudicase a mi bebé. Me pasé los nueve meses del embarazo cuidándome como siempre, informándome mucho sobre las alternativas a cada práctica obstétrica, a cada prueba. En este embarazo ejercí mis derechos, tomando las decisiones yo misma y no dejando todo en manos de los `profesionales´.
El último tramo fue duro porque se acercaba el momento decisivo pero en realidad lo estaba deseando tanto que disfruté más del final, ya sentía seguridad de que todo estaba bien pues el embarazo fue muy bueno, menos que el de Santo, pero bien.
Me pongo de parto por la noche. Voy a decirle a mi marido que me siento rara y rompo aguas de pie en el dormitorio. Llamamos a Jesús porque hemos decidido que él me acompañará durante la dilatación para llegar al hospital (no iré al mismo que con Santo). Me paso todo el día sin contracciones hasta mediodía cuando empiezan pero todo va bien, el dolor es aguantable. Estoy de 5 cms y allí Jesús me permite decidir entre parto hospitalario (tengo muchas probabilidades de que no me permitan parir y me quieran someter a una cesárea porque cuando presenté mi plan de parto se reunieron conmigo y me dijeron clarito que practican la medicina defensiva) y parto domiciliario. No dudo ni un instante: nos quedamos en casa. Sigo dilatando, me meto en la bañera y a la hora ya estamos listos. Mi cuerpo está dando todas las señales de un expulsivo inmediato. Me apetece estar de pie. Mi hijo nace en el baño de un solo empujón involuntario. Jesús está acostado en el suelo para recibirle! Me lo da inmediatamente y no me lo puedo creer. Me parece mentira lo fácil y rápido que ha sido. Lo abrazo, le hablo. (Me cuenta después que lo hago en inglés, mi lengua nativa). Sobre la marcha me ayudan a sentarme sobre la silla de partos que estaba en el pasillo. Sale la placenta casi enseguida sin problemas. Jesús me revisa y todo está perfecto. Me acuestan en la cama con mi peque que ya busca su alimento y consuelo y, así me quedo embriagada de amor y felicidad. Después de algunas horas ya han llegado sus abuelos maternos y paternos para verle. Esa noche Jesús le mide, le pesa, le revisa delante de nosotros y es un momento especial, un bebé rodeado de sus seres queridos tratado con amor y delicadeza (dudo mucho que hubiera sido tan emocionante en una fría sala de hospital). El parto duró unas 5 horas en total desde el comienzo de las contracciones, 16 horas desde la rotura de bolsa.
Las primeras semanas, meses y años han sido un cuento de hadas. Estábamos radiantes, felices, viviendo un auténtico sueño.
Creo que recuperé la fuerza mental desde que fui consciente de que no tenía la culpa de lo que pasó, de que no estaba en mis manos cambiar el destino. Las fuerzas físicas llegaron con el nacimiento de Humberto. Creo que hemos afrontado lo que pasó como mejor podíamos dadas las circunstancias. No tuvimos ayuda psicológica en el momento adecuado, ni tampoco nuestro entorno sabía qué hacer o decir.
Desde el primer momento creímos que algo pudo haberse hecho para salvar a nuestro bebé, que durante el parto se pudo haber hecho algo diferente a lo que se hizo. Cuando vemos, además, que se nos oculta información médica de mi historial y recibimos el resultado preliminar de la autopsia ponemos nuestro caso en manos de un abogado.
Hemos realizado todos los trámites de la vía administrativa y llevamos más de un año esperando la resolución del Consejo Consultivo del Servicio Canario de Salud.
-Has aparecido en varios medios denunciando lo que ocurrió ¿Qué reacciones has encontrado? Mi entorno me ha apoyado al máximo porque saben lo mucho que me cuesta hablar de la muerte de mi bebé. Han aparecido casos similares a raíz de mis apariciones televisivas y me da mucha pena a la vez que eso demuestra que hay muchos casos que permanecen en el olvido por falta de apoyo y ayuda.
EPEN (El Parto Es Nuestro) ha supuesto mi vuelta al mundo, sin el foro abierto no hubiera recuperado la confianza en mí misma, no hubiera aprendido todo lo que sé sobre el cuerpo de la mujer durante el embarazo, parto y posparto. Sin EPEN seguramente hubiera ocurrido alguna desgracia en un momento de desesperación. En EPEN encontré personas dispuestas a escucharme sin juzgarme, información valiosa, esperanza. El problema de la atención al parto radica en que se ha convertido en un tema tabú que tan solo se trata cuando te encuentras embarazada y `condenada´ ya al parto. Los testimonios a tu alrededor son de miedo y ninguna mujer parece estar informada sino de oídas. Hemos llegado al punto en que un embarazo es poco menos que una enfermedad, una patología andante, y así solo es de esperar que a los partos se les considere poco menos que operaciones mayores. Las matronas han dejado de asistir a los partos sin riesgos a convertirse en ayudantes del ginecólogo que tiene mucha prisa y no tiene intención de dejar que un parto siga sus tiempos naturales así que enchufa oxitocina y pone epidurales, hace cortes tremendos en el periné y ninguna mujer se queja porque no es consciente física ni psíquicamente del daño que causa a su bebé durante el parto y tampoco siente nada de lo que le están haciendo … así que todos felices hasta después. Los problemas vienen luego cuando nos damos cuenta de lo que hemos perdido, pero las consecuencias solamente las pagan la madre y el bebé.
Afortunadamente el porcentaje de casos similares es bajo pero todos los años ocurren y en la gran mayoría de los casos hay indicios de que pudiera haberse evitado, que creo que es lo que más duele a un padre, el saber que las cosas podían ser distintas. En los últimos seis años he mantenido contacto con las mamás de que llegan a los foros que frecuento buscando ayuda ante la muerte de un hijo. El principal problema de las muertes durante el parto son por realizar intervenciones innecesarias con el desconocimiento de los padres. No conocemos en qué consisten las intervenciones, no se ofrece información imparcial sobre los beneficios y peligros, tampoco se ofrecen las alternativas, … en los partos suele anteponerse las necesidades y gustos de los asistentes cuando los verdaderos protagonistas y beneficiarios son la mamá y el bebé.
A mis dos hijos les agradezco haberme elegido porque me siento afortunada por todo lo que Santo me ha dado y por lo que Humberto me da.

Lo dice Diana Aller