Por su condición de judío, estuvo prisionero durante seis meses en Dachau y otros seis en Buchenwald. Eran los comienzos del genocidio nazi, todavía no eran campos de exterminio como tales, o al menos, no para quién no los había padecido.
Gracias a la desahogada posición de su familia, pudo ser liberado. Inmediatamente después pidió asilo en Estados Unidos, donde desarrolló una prestigiosa carrera como psicoanalista.
Allí, en 1942, publicó un artículo en el que revelaba las terribles crueldades de los nazis en los campos de concentración, cosa que se sospechaba, pero de la que nadie hablaba en voz alta y tal vez tampoco terminara de creer. Pero cuando terminó la guerra, y se supo de Auschwitz y de los seis millones de judíos asesinados por los nazis, el testimonio de Bettelheim se volvió realidad, lo que le grangeó una posición de prestigio en la sociedad norteamericana.
En su célebre artículo, venía a contar cómo se les obligaba a los prisioneros de los campos de concentración a comportarse de una forma infantil, a abdicar de su propia personalidad y a convertirse en una masa informe. La capacidad de autodeterminación y su posibilidad de prever el futuro y prepararse para lo venidero, fue sistemáticamente destruída.

Fue un proceso gradual, que se desarrolló de forma imperceptible. Así, cuando el prisionero estaba totalmente privado de referencias de la conducta normal del adulto, el proceso de deshumanización se completaba.
Cuando entraban en el campo de concentración, los prisioneros eran separados casi traumáticamente de las cosas que les interesaban en cuanto a su vida "adulta". Esto, se "descubrió" que era un golpe a su personalidad más grave que el confinamiento físico. Recuerden ustedes, que, aunque no sea muy correcto políticamente admitirlo, gracias a los experimentos con judíos, la medicina, la farmacopea y ciertas técnicas psicológicas avanzaron enormemente.
Muy pocos prisioneros eran capaces de ocuparse aisladamente de algo que les hubiese interesado anteriormente. Pero el hacer esto solo era muy difícil. Incluso el hablar de estas cosas de interés adulto, o mostrar alguna iniciativa para conseguirlas, provocaba gran hostilidad entre los compañeros. Los prisioneros recién llegados trataban de mantener vivo su antiguo interés por las cosas del pasado, pero "los prisioneros veteranos parecían interesados principalmente en el problema de cómo vivir lo mejor posible en el campo de concentración". Para estos veteranos, el campo de concentración era el único mundo real. Estaban reducidos a preocupaciones infantiles sobre la comida, la defecación o la satisfacción de las más primitivas necesidades corporales. No disfrutaban de intimidad y no recibían ningún estímulo del exterior. Pero, sobre todo, se les obligaba a pasar el día realizando trabajos que fatigaban, no por ser físicamente agotadores, sino por ser monótonos, interminables y no requerir concentración mental. Eran labores que no daban esperanzas de mejoras o de ascensos, o de que se reconociera el esfuerzo realizado; eran a veces trabajos que carecían de sentido, o cuyo sentido les era desconocido y en los que el ritmo era marcado por las máquinas. Eran tareas que no emanaban de la propia personalidad del prisionero, que no permitía una propia iniciativa, ni la expresión de la personalidad, que ni siquiera permitían delimitar o calcular el tiempo.

Y cuanto más renunciaban los prisioneros a su personalidad adulta, tanto más se preocupaban por perder su potencia sexual o por la satisfacción de las necesidades más animales.
Al principio, el renunciar a su propia personalidad, el perderse en el anonimato de la masa, el sentir "que todos estaban corriendo la misma suerte" les producía cierto alivio. Pero, aunque parezca extraño, la amistad no surgía en este ambiente.
Salvando todas las distancias, esta patología de grupo sucede también los realities televisivos. Los participantes se "asilvestran", minimizando sus intereses (a veces ni los tienen con anterioridad) y dedicándose a las más intrascendentes y primarias de las ocupaciones.
Incluso la conversación, que era el pasatiempo favorito de los prisioneros y que ayudaba en gran medida a hacer soportable aquella vida, dejaba de tener un verdadero significado. De esta suerte la rabia fue creciendo entre ellos. Pero la rabia de estos miles de hombres, que podría haber derrumbado las alambradas y anulado las armas de las SS, se volvió contra ellos mismos y contra los prisioneros que eran más débiles que ellos. Entonces se sentían más impotentes de lo que en realidad eran y consideraron a las SS y a las alambradas, incluso mucho más inexpugnables de lo que eran en verdad.
Llegó a decirse que los enemigos de los prisioneros, no eran las SS, sino sus propios compañeros. No eran capaces de discernir la realidad, de comprender las cosas tal cual eran, porque negaban su problema y se adaptaban docilmente al campo de concentración cómo si éste fuera la única realidad. Era más férrea la prisión de sus mentes que aquella física en la que vivían.
Los que "sobrevivieron" (y no me refiero a un modo estrictamente físico), fueron los que lograron conservar en cierta manera sus iniciales valores e intereses adultos, que en el pasado, habían constituído su anterior personalidad.
En uno de sus relatos, Bettelheim cuenta cómo un grupo de prisioneros desnudos -que ya tenían muy poco de humano, eran meros despojos robotizados- esperaban en fila para entrar en la cámara de gas. El comandante jefe de las SS, enterado de que una de las prisioneras había sido bailarina, le ordenó que bailara. Así lo hizo, y, mientras bailaba se fue acercando al comandante, cogió su pistola, y le mató. Inmediatamente ella cayó a su vez muerta de un balazo. Bettelheim se pregunta "¿No es probable que a pesar de lo grotesco del escenario en el que bailaba, el baile la convirtiera otra vez en persona? Al bailar se individualizó, realizó aquello que le hacía ser ella, le hacía ser persona en su vida real. Ya no era un simple número, un prisionero sin vida propia, sino la bailarina que fue. Y así, transormada, reaccionó, destruyendo al enemigo que la destruyó, aun cuando ella tuviera quie morir al hacerlo.

El bueno de Bruno Bettelheim, se hizo conocido catalogando como autista a todo aquél que no respondía a las normas de adaptración de los sujetos considerados "normales". Utilizó técnicas, a mi modo de ver, del todo erróneas para la "curación" de enfermos mentales.
Normalmente se le estudia en psicología por sus estudios sobre la infancia, y el beneficioso estímulo de los cuentos de hadas. Aunque él entiende estas narraciones como algo trágico, sexuado y violento.
Montó un centro donde atendía a los hijos de adineradas familias, diagnosticados alegremente como autistas. Al parecer, los métodos allí utilizados no eran muy ortodoxos y rozaban el sadismo. Dedicó su carrera a defender el (cuestionable) principio de autoridad.
De hecho, el bueno de Bruno, sostuvo toda su vida que parte de la culpa de los judíos en el genocidio, era de los propios judíos, que necesitaban sentirse reflejados con su agresor.
Finalmente se suicidó ahogándose con una bolsa de plástico en la cabeza.

Si a alguien le interesa leer más sobre el tema, que ojee:
Bruno Bettelheim: The informed Heart-Autonomy in a Mass Age (1960)
Betty Friedman "La deshumanización progresiva, los confortables campos de concentración"
Lo dice Diana Aller